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“Fenotipos”, por Ángel Fernández Tripiana “Tripi”

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Un hombre encontró un día un capullo de una mariposa y se lo llevó a su casa para observarla cuando saliera del mismo. Al poco vio un pequeño orificio en el capullo y se sentó a contemplar como la mariposa luchaba por poder salir. El hombre la vio que forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento. Parecía como que se había atascado.

Sintiendo lástima por el lepidóptero decidió ayudarlo y con unas tijeras cortó al lado del agujero para hacerlo más grande y así facilitarle la salida. Sin embargo, al salir la mariposa tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas. El hombre esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblaran y crecerían pero ninguna de las dos cosas sucedió y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Jamás logró volar.

El hombre no llegó a entender que el esfuerzo del insecto por salir por el diminuto agujero era parte natural del proceso que forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas para que alcanzasen el tamaño y fortaleza requeridos para volar. Al privar a la mariposa de la lucha también le fue privado su desarrollo normal.

Moraleja: Si se nos permitiese progresar en todo sin obstáculos nos convertiríamos en inválidos sociales, no podríamos crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido a través del esfuerzo y la constancia.

Traigo aquí este cuento porque uno tiene la sensación leyendo por acá, por allá y por acullá, sea en páginas Webs, en Blogs o en las Redes Sociales, que prácticamente todas las consideraciones y todas las reflexiones filosóficas de los entrenadores de formación con respecto a los jugadores son muy protectoras, ampliando también de este modo el papel sobreprotector que en la sociedad actual tienen los padres para con sus hijos. Estamos en una constante búsqueda de la felicidad del jugador/a, convirtiendo la cancha de baloncesto en una especie de Shangri-La donde la dicha debe ser permanente como si esta fuera más importante que el hecho en sí de aprender a jugar baloncesto. No veo yo al profesor de piano del Conservatorio anteponiendo la felicidad del alumno a la práctica en el teclado ni al estudio de solfeo y sin embargo, los entrenadores de baloncesto formativo estamos permanentemente buscando el solaz del niño, prefiriendo antes la diversión a la transpiración.

Claro está que debe haber un componente de satisfacción y felicidad en el jugador a la hora de entrenar, y ese nivel de contentamiento será debido en gran parte a cómo trabaja el entrenador y al trato que éste dé a sus jugadores. Empero, no es menos cierto que entrenar y mejorar también requiere de un alto grado de sacrificio, esfuerzo y superación, y estos requisitos no siempre llevan implícitos la felicidad y la diversión, si bien es cierto que hay algunos jugadores, pocos, que sienten un gran placer en la exigencia.

¿Cuántas veces los entrenadores conectamos nuestra versión lisonjera, les ponemos el camino fácil a los jugadores para eludir los problemas que nos plantean, tomamos metafóricamente las tijeras del cuento y “recortamos” en el esfuerzo para evitar

conflictos con ellos y sus progenitores para encontrarnos al final un resultado insatisfactorio y muchas veces desastroso?

En cierto modo es una rendición ante el jugador, una manera de abdicar de nuestro deber como entrenador/educador.

La mayor frustración para un entrenador es tener que aceptar que a determinados niños no les mueve el placer por entrenar ni competir y se limitan a hacer acto de presencia en los entrenamientos, ya sea porque los obligan sus padres o porque quieren seguir en contacto con sus amigos. Son niños conformistas que no quieren progresar, no quieren superarse y se estancan en un punto técnico del que difícilmente salen. Todo esto se agrava cuando adivinamos en algunos de esos niños unas cualidades físicas y talento innatos y no llegamos a entender tal “desperdicio” de facultades y acabamos preguntándonos qué hacen allí cuando pueden estar aprovechando el tiempo en otra actividad.

Los Psicólogos deportivos Joaquín Valdés y José Ángel Caperán advierten hasta 8 tipos de jugadores que nos podemos encontrar y para ello tienen en cuenta tres variables: si gana actualmente o no, si ganará en un futuro o no, y si se divierte o no.

Tipo 1. El niño gana, seguirá ganando y se divierte: nos encontramos con un caso extraordinario de confluencia entre talento y motivación. Una estrella temprana del deporte que lograr un desarrollo físico y psicológico adecuado y, además, mantiene o incrementa su gusto por la actividad deportiva, especialmente por la competición.

Tipo 2. El niño gana, seguirá ganando pero no se divierte: en este caso se trata de un crío talentoso que logra desarrollarse a un nivel óptimo. Sin embargo, lo hace conscientemente, como una profesión, desde bien pequeño. Este niño no tiene ni una infancia ni una adolescencia psicológicamente saludables porque “está trabajando” cuando debería “estar divirtiéndose”. Estos niños se queman muy rápido y, de llegar a la élite, su carrera suele ser corta y, como no han tenido una fase de maduración personal adecuada, suelen ser adultos inmaduros difíciles de tratar y de adaptarse al mundo fuera del deporte.

Tipo 3. El niño gana, pero no seguirá ganando, pero se divierte: es el niño que tiene un rendimiento excelente muy temprano, generalmente porque su desarrollo físico se ha adelantado al de sus rivales y/o su volumen y nivel técnico de su entrenamiento es superior a su edad. Este chico se llegará a estancar antes de llegar a la élite, niños que antes no eran rivales empiezan a superarle claramente. Por ejemplo: el que antes era el más alto de su equipo de baloncesto alevín, ahora, juvenil, es uno más. Si al niño le encanta su deporte, a pesar de dejar de ganar, es misión de su entrenador y, sobre todo de sus padres, ajustar sus expectativas a la realidad de sus cualidades físicas y, simplemente, disfrutar del hecho de competir.

Tipo 4. El niño gana, pero no seguirá ganando, y no se divierte: este niño suele abandonar la práctica deportiva en la adolescencia. El problema fue: ¿Por qué comenzó a entrenar? Preguntémosles a sus padres.

Tipo 5. El niño no gana, pero ganará, y se divierte: este niño posee cualidades latentes que un entrenador experto es capaz de detectar aunque no se manifiesten en ese

momento demasiado temprano del desarrollo. Está muy motivado y, además, valora el hecho de entrenar y de competir como un continuo reto que le satisface. Es muy importante que el entrenador sea capaz de educar deportivamente y desarrollar física y técnicamente a este niño que posee lo más importante para llegar (no digamos ya para triunfar) a competir en edad senior: la motivación intrínseca.

Tipo 6. El niño no gana, pero ganará, y no se divierte: este caso sucede cuando un niño reúne unas cualidades físicas latentes (altura, potencia de salto, gesto técnico natural, etc.) que cuando se desarrollen completamente le llevarán a destacar por encima de los demás. Sin embargo si no se divierte en sus comienzos esta transición puede ser demasiado pesada y los niños suelen desistir.

Tipo 7. El niño no gana, ni ganará, y se divierte: este niño hace deporte por puro placer. Generalmente nos encontramos con tres tipos de niño tipo 7:

7.1. Aquel que no gana ni ganará pero se divierte entrenando pero no compitiendo: suele ser porque sus compañeros son sus amigos.

7.2. Aquel que no gana ni ganará pero se divierte compitiendo pero no entrenando: es un niño ambicioso que debe aprovechar esa energía en deportes o actividades en que sus cualidades puedan encontrar mejor ajuste.

7.3. Aquel que no gana ni ganará pero se divierte entrenando y competiendo por igual: es un niño apasionado por ese deporte que puede enfocar su pasión hacia áreas más receptivas a su pasión y llegar a ser un experto: un entrenador, un árbitro, un periodista deportivo, un representante, un fisioterapeuta, un psicólogo deportivo, etc.

Tipo 8. El niño no gana, ni ganará, ni se divierte: los padres de este niño se han equivocado de deporte. Es muy importante que si un niño se aburre con un deporte tengamos claro que se debe a ese deporte en concreto; si el niño se aburre o no le gusta un deporte cambiemos a otro, siempre y cuando no se trate de tener miedo a competir, en este caso se debe entrenar psicológicamente el afrontamiento de la competición de lo contrario seguirá ocurriendo lo mismo (y no sólo en el deporte, rehuirá la competición en los demás aspectos de la vida).

Cualquiera de nosotros puede reconocer en los tipos de deportistas descrito a jugadores que entrenamos o hemos entrenado.

Tipos de jugadores hay muchos, yo describiría aquí 4 grupos de jugadores ateniéndome a criterios técnicos y/o de comportamiento fruto de la observación y sobre todo de la experiencia. Tal vez a vosotros os suene alguno e incluso podáis aportar otros. No engloban estos 4 grupos a todo tipo de jugador pero si son muy característicos

Grupo 1. Jugador CUOTA: En este punto debo ser políticamente incorrecto pero todos sabemos que es así y negarlo es entrar en la hipocresía. El jugador Cuota es el típico jugador anti atleta, desgarbado y descoordinado. Puede gustarle el baloncesto o estar allí porque les viene bien a sus padres como forma de prolongar la jornada escolar, tanto da, no ha sido llamado por el camino del deporte y sin embargo siempre está ahí, no suele fallar. Cuando te cuestionas qué hacer con él, siempre hay alguien que te

recuerda que sus padres pagan religiosamente su CUOTA y que eso es necesario para el buen funcionamiento del Club. Cuando disponemos de un equipo B donde “acoplarlo” todo se “suaviza” pero si el Club sólo dispone de un equipo en su categoría, el entrenador de turno carga con un problema de conciencia. El niño no falta a los entrenos y sin embargo apenas es capaz de dar dos botes seguidos. Situación complicada donde las haya. Si no juega, malo, porque no falta, no da ruido, obedece y cumple con los pagos. Si juega, malo, porque afecta al rendimiento del equipo y sus compañeros “sufren” su falta de pericia. Difícil solución.

Grupo 2. Jugador FOCA: No, no nos llamemos a engaño, no me refiero aquí al jugador con sobrepeso, nada más lejos de mi intención. El jugador foca es aquel que desde pequeño, en Mini e Infantiles, es más fuerte, más alto y más rápido que los demás y que por tanto le sobra y le basta con correr y penetrar. Resulta imparable, dada su fuerza, para el equipo contrario y siempre suma un gran número de puntos y victorias. El jugador foca es permanentemente alentado por su entrenador en la banda para que penetre una y otra vez al aro obteniendo así su preciada “sardina” en forma de canasta. Inmediatamente, tras anotar, el entrenador del jugador foca aplaude con frenesí batiendo sus manos como las mueven los pinnípedos en los espectáculos de los Aquarium. Forman ambos, el jugador y el entrenador, un dúo perfecto y victorioso en las categorías más pequeñas, el problema viene cuando van pasando los años y los jugadores rivales, antaño más pequeños, se desarrollan y se igualan o superan físicamente al jugador foca. De repente este se encuentra que sólo sabe realizar una acción del juego, penetrar, y donde antes no tenía problemas para acercarse al aro, ahora le resulta prácticamente imposible al ser frenado por la defensa dada su escasez de fundamentos. No sabe parar, no sabe tirar, no sabe pasar, etc. es como si de pronto no supiera jugar y así es en efecto. Ya no hay aplausos ni ánimos desde el banquillo. Ya no hay canastas. Ya no hay “sardinas”. Lo que hay es un entrenador responsable de que eso esté pasando y lo peor es que tal vez este lo ignore y responsabilice al jugador de su bajón técnico.

Grupo 3. Jugador SOL: Este tipo de jugador es técnicamente muy superior a sus compañeros teniendo unas cualidades y un talento casi innatos. Al saberse superior tiende a vaguear ya que suele lograr sus objetivos sin apenas esfuerzo. El jugador Sol es consciente de que todo gira a su alrededor. En casa Papá y Mamá lo miman y tienen grabados todos los partidos de la criatura. Es un tipo de jugador que “nunca se equivoca”, son los compañeros los que fallan y está permanentemente agitando los brazos en señal de descontento y desaprobación hacia sus compañeros. Si se gana es por él, si se pierde es por los otros. Ya desde muy pequeño, si se cae durante un partido este se tiene que detener y todo el banquillo, con el entrenador a la cabeza, se interesará por él y si en ese instante su equipo pierde por muchos es fácil que no se recupere de la caída, se borrará. Suele ser un jugador poco trabajador, y si en algún instante al entrenador se le ocurre recriminarle su falta de intensidad cogerá, el niño faltaría más, un enfado monumental que llevará a casa para que sus padres lo consuelen regalándole el oído, esos mismos padres que mantendrán una charla con el entrenador haciéndole ver a este que el niño no está a gusto. Llegados a este punto, si el entrenador es joven y poco experto, no volverá a caer en el error de llamarle la atención al jugador sol si no quiere ver como su jugador estrella se marcha a otro equipo de la mano de papá o lo que es lo mismo, del mánager cuñadérrimo.

Grupo 4. Jugador AGUA: A este grupo pertenecen ese tipo de jugadores que a todos los entrenadores nos gusta tener. Jugadores que, como el agua, se adaptan a cualquier situación de la manera más natural. No son los mejores del equipo pero si los más necesarios, son jugadores incansables, apasionados, siempre puntuales, de ojos abiertos, siempre dispuestos a mejorar y mejoran, y a los que nunca tienes que pedir más intensidad, jugadores de voluntad inquebrantable más allá de que jueguen más o menos minutos. Son, en definitiva, ese tipo de jugadores que los que están en la grada no llegan a comprender por qué juegan y sin embargo los entrenadores valoramos por encima de todo, jugadores que te llevarías a cualquier equipo.

Los entrenadores no debemos, tan solo, atribuir el éxito o fracaso a las cualidades físicas e intelectuales de los jugadores, debemos trabajar sabiendo que el límite de desarrollo de los jugadores está en nuestra habilidad para enseñar y motivar, y en la capacidad de aprendizaje y los límites que se pongan los jugadores, así como en su temperamento y carácter. Debemos saber que, normalmente, suele haber en el aprendizaje un límite psicológico anterior al físico, y tenemos que ayudar al jugador a superar esa barrera mental aunque, bien es verdad, que muchos sencillamente no quieren, no se dejan; y ya sabemos que es imposible enseñar a alguien que no quiere aprender y desgraciadamente en el baloncesto formativo nos topamos con muchos de estos.

“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.” (Mahatma Gandhi)

Ángel Fernández Tripiana “Tripi”

Entrenador Superior de Baloncesto

@TripiCoach

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