“Derechos del niño deportista: profe, cuando jugamos? (I parte)”, por Pablo Esper
Como una continuidad de los principios pedagógicos planteados en nuestro artículo “La pedagogía de la caricia y su incidencia en el proceso de formación del niño deportista”, nos centraremos en esta oportunidad en tres aspectos que consideramos fundamentales en el desarrollo del niño:
a) Las diferencias entre juego y entrenamiento y su íntima relación con el abandono deportivo infantil.
b) El proceso de formación del niño deportista.
c) El derecho del niño deportista a jugar y su ausencia de cumplimiento en la competición infantil.
En primer lugar consideramos importante que no estamos hablando exclusivamente de baloncesto, sino del mundo del deporte infantil, más específicamente, de los deportes colectivos que, merced a la gran cantidad de horas pantalla que se le dedica en la actualidad, constituyen un centro de atracción para el imaginario del niño deportista.
Cuando hablamos de pedagogía, vamos a hacer referencia a todos aquellos campos que intervienen en el proceso educativo. En nuestro caso, siendo el deporte colectivo infantil el objeto de nuestro estudio, va a hacer referencia a todos aquellos procesos que
van a favorecer la adquisición de actitudes, conductas, conocimientos, comportamientos, habilidades y destrezas motrices, que la práctica de este deporte induce en los niños.
Según Cárdenas y Pintor (2001, en Ruiz, García y Casimiro, 2001), la enseñanza consiste en proporcionar al alumno la ayuda necesaria para que, partiendo de sus conocimientos previos sus características personales y sociales, construya sus propios conocimientos, lo cual implica una participación activa que le obliga a desarrollar sus capacidades mentales”.
Analicemos en principio, los tres aspectos que señaláramos en el primer párrafo:
a) Las diferencias entre juego y entrenamiento y su íntima relación con el abandono deportivo infantil.
El primer problema que aparece, a nuestro entender, sobre el deporte infantil que se ofrece al niño, es un problema de formación pedagógica de los monitores, entrenadores, profesores o líderes deportivos que llevan adelante esta etapa fundamental en el proceso de formación motora del niño.
Consideramos que es en esta etapa, comprendida entre los 6/7 a los 11/12 años, donde se cometen los mayores errores pedagógicos (muchos de ellos planteados en “La pedagogía de la caricia…) pero que no son únicamente errores de los ¿formadores?
En primer lugar, lamentablemente, los clubes, escuelas deportivas públicas y privadas, salvo honrosas y contadas excepciones no están a cargo de los mejores docentes que
el niño pueda tener, con conocimientos amplios teóricos y prácticos (el saber y el saber hacer) sino que por cuestiones presupuestarias, como si fuera un tema menor que no requiere inversión sino que se toma como un gasto, las escuelas deportivas están a cargo de ex – jugadores sin formación pedagógica, docentes nóveles en el mejor de los casos, o alumnos del profesorado que aún no han completado su formación académica. Allí aparece nuestro primer problema. Gente con escasa formación “forma” a nuestros niños deportistas replicando formas metodológicas sin ningún sustento científico detrás, más allá de su visión del deporte, basada en sus experiencias como jugador.
Muchos directivos tienen el pensamiento que si el entrenador era un gran jugador, cómo no va a poder enseñarles a los niños. Habría que preguntarles si cuando van a realizarse una intervención quirúrgica prefieren un médico con 5000 horas de quirófano o un pasante médico.
Uno de los errores que se cometen en este período es no tener claro cuál es la edad de Rendimiento y de Alto Rendimiento (dos cosas que se relacionan pero son diferentes) del deporte en cuestión, lo que los ayudaría a planificar los diferentes períodos o etapas sensibles del aprendizaje motor, cada una con objetivos, metodologías, materiales y principios pedagógicos diferentes.
Al no tener en claro que la edad de primer rendimiento es, en deportes como el fútbol, el baloncesto, el hockey sobre césped, el balonmano o el voley alrededor de los 15 años y que, teniendo en cuenta este primer escalón es que debemos ir planificando el proceso de aprendizaje del niño deportista, se transforman las sesiones en un espacio de entrenamiento, donde el juego tiene poco lugar para el niño.
Cuando planteamos esta dicotomía entre entrenamiento y juego queremos dejar en claro que en el entrenamiento se puede y se debe jugar, solo que la estructura del entrenamiento es externa al niño con objetivos propuestos por el entrenador y que rara
vez tienen implicancia intelectual en el niño deportista ya que la mayoría de las actividades se basan en estructuras repetitivas en la búsqueda del “automatismo motor sin errores”, desconociendo que el sistema nervioso es lábil y por lo tanto, perfectible. Esto, sin contar que no son, precisamente, las edades a las que nos estamos refiriendo, como las que tienen por objetivo el logro del automatismo de las técnicas deportivas.
Debemos centrar nuestro foco en este aspecto pedagógico que, a nuestro entender, es de importancia fundamental a la hora de organizar el proceso de enseñanza y aprendizaje. Los deportes de equipo sobre los que nos estamos refiriendo son, siguiendo los principios de la praxeología motriz del Dr. Pierre Parlebas, deportes colectivos de cooperación y oposición con invasión de campo y tiro a portería. Eso es el baloncesto, el fútbol, el balonmano y, el hockey sobre césped. Y tenemos que tenerlo siempre presente a la hora de planificar el desarrollo del niño deportista: son deportes de resolución de problemas tácticos (que no significa sistemas tácticos) por medio de gestos técnicos (no necesariamente fundamentos técnicos automatizados) con una base física.
Esto pone en orden cuáles deberían ser las prioridades del desarrollo del niño deportista: 1°. Desarrollo del pensamiento táctico para el logro de un jugador inteligente; 2°. Desarrollo de patrones motores que sirvan de base a los fundamentos técnicos específicos y, 3°. Desarrollo de las capacidades físicas y motrices que le sirvan jugar con mayor nivel de prestación durante mayor cantidad de tiempo. Esperamos que esto sirva para desmitificar en algo las largas sesiones de entrenamiento físico de los niños de 6/7 a 11/12 años, casi sin contacto con el balón ni la utilización de situaciones de juego reducido o con un exceso de situaciones de 1 x 0 en búsqueda del automatismo descontextualizado del juego.
Dentro de esta estructura de entrenamiento, el niño casi no tiene implicación cognoscitiva en la realización de los ejercicios y sólo se convierte en un ejecutor de técnicas deportivas. Por eso afirmamos la contraposición entre entrenar y jugar.
El juego, aunque sea planteado a partir de una propuesta externa del docente como veremos en la serie de videos donde el Dr. Pablo Esper Di Cesare intenta ir llevando el
desarrollo del pensamiento táctico y resolución de problemas motores desde el 1 x 1 al 5 x 5, en este caso en baloncesto, permite al niño el cambio de las reglas propuestas, el tener el poder de proponer nuevas reglas o, incluso, de modificar la estructura del juego. Y esto, porque el objetivo del docente no es lograr, en este período evolutivo, grandes ejecutores de gestos técnicos, sino, niños inteligentes que resuelvan problemas motrizmente.
El planteo del Dr. Pablo Esper Di Cesare puede Ud. seguirlo en estos 4 videos que son parte de una misma presentación particionada:
https://www.youtube.com/watch?v=KkmU3q3ztno
https://www.youtube.com/watch?v=KZMjvYi5YfU
https://www.youtube.com/watch?v=-SvxEjr7Vzw
https://www.youtube.com/watch?v=ezMYlXZXK0Y
Uno de los mayores problemas que produce esta falta de protagonismo en su propia educación del niño deportista, donde todo le es impuesto por el “entrenador”, el tenor demasiado serio de los entrenamientos, la falta de espacio para el juego y la fantasía, son algunas de las razones que llevan al abandono deportivo infantil. Y no estamos en condiciones de que los niños abandonen la práctica deportiva (no importa su nivel de rendimiento sino los principios educativos y sanitarios que internaliza por medio de su práctica), porque tengamos de – formadores en las edades de primer contacto con el deporte.
b) El proceso de formación del niño deportista.
Es importante señalar que hasta llegar al alto rendimiento un niño pasa por los siguientes estadios que son partes integradas de un mismo proceso: Iniciación al Deporte, Formación en el Deporte, Desarrollo Deportivo, Especialización Deportiva y, finalmente: Rendimiento o Alto Rendimiento Deportivo (la diferencia entre ambos está en que la segunda opción, la del ARD constituye una profesión para el deportista).
En los períodos de Iniciación y Formación, que son los comprendidos entre los 6/7 y los 11/12 años debemos tener en cuenta algunos principios fundamentales:
* Los contenidos van referidos a la comprensión del juego y a la organización que utilizarán para desarrollarlos.
* En todo proceso de enseñanza, la estructuración de los contenidos en función del estadio evolutivo de los niños es fundamental para que exista una dinámica que favorezca la progresiva consecución de los objetivos planteados.
Añó y otros (1985), citados por Hernández Moreno (2000), hacen la siguiente propuesta relacionada con la estructura de la iniciación:
a) 1º Nivel (de 6 a 9 años). Se trabaja lo que denominan experiencia motriz generalizada.
* Conceptos básicos de movimiento.
* Conceptos básicos de entorno.
b) 2º Nivel (10 a 13 años). Iniciación deportiva generalizada.
* Acercamiento a la técnica deportiva.
* Técnica y táctica.
* Trabajo de cualidades físicas.
Por su parte, Wein (1988) también relaciona las etapas establecidas a partir de la estructura del deporte, con las etapas evolutivas del individuo y así nos ofrece la siguiente relación:
* 1º etapa de juego de habilidad y capacidad básica: de 6 a 8 años.
* 2º etapa de juego simplificado: 8 a 11 años.
* 3º etapa de mini – juego: a partir de los 10 años.
* 4º etapa de juego modificado: a partir de los 11 años.
* 5º etapa de juego total: a partir de los 13 años.
Pablo Esper
Entrenador ENEBA 3 con Licencia Internacional FIBA